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A la orilla del río ...
A la orilla del río
un niño solo
con su perro.
A la orilla del río
dos soledades
tímidas
que se abrazan.
¿Qué mar oscuro,
qué mar oscuro,
los rodea,
cuando el agua es de cielo
que llega danzando
hasta las gramillas?
A la orilla del río
dos vidas solas
que se abrazan.
Solos, solos, quedaron
cerca del rancho.
La madre fue por algo.
El mundo era una crecida
nocturna.
¿Por qué el hambre y las piedras
y las palabras duras?
Y había enredaderas
que se miraban,
y sombras de sauces,
que se iban,
y ramas que quedaban…
Solos de pronto, solos,
ante la extraña noche
que subía y los rodeaba:
del vago, del profundo
terror igual,
surgió el desesperado
anhelo de un calor
que los flotara.
A la orilla del río
dos soledades puras
confundidas
sobre una isla efímera
de amor desesperado.
El animal temblaba.
¿De qué alegría
temblaba?
El niño casi lloraba.
¿De qué alegría
casi lloraba?
A la orilla del río
un niño solo
con su perro.
A Teresita Fabani
La sombra, al fin, la sombra en que ya casi flotabas, te cubrió, frágil niña, con la ola temida que golpeaba contra tu cabecera en el desvelo visionario. Ah, la luz del alba celeste, en las cortinas, qué vana, qué vana la franja de oro desvaído en la pieza, y qué vanas las flores, y qué vano el gesto largo de tus brazos, llamando, ay, llamando sobre tu cabellera ya medio anegada. Los finos brazos de cera hacia una luz con alas, apenas luz, pero donde temblaban jardines y campanas de media tarde, hacia, a pesar de todo, la esperanza, otro ángel, que solía traerte un chal para los breves hombros al crepúsculo, un aire amigo, lírico, para la asfixia de la noche, y un ligero conjuro para los fantasmas últimos de la noche Qué solos, frágil niña, qué solos los largos brazos llamando! ¿Se desesperaron frente a la crecida extraña, extraña? ¿O encontraste en lo hondo, en la pálida aurora abisal, que todo tenía nombre, el nombre, ay, cambiante pero el único de nuestro amor y del amor de todo con los números de que tu alma ya estaba melodiosa? Oh, si esa melodía oscura de tu alma se hubiera fundido dulcemente, y en seguida con las ondas que traerían ahora el día profundo, musical esas ondas que habías sentido y que rehuías, marea etérea, infinita, de estrellas en el vértigo, y estarás ya, frágil niña, de vuelta en estas ramas que se mecen, serena ya, de aire sobre nuestra tristeza y nuestra inquietud vaga por ser dignos de ti hasta en los menores gestos grises de una mañana de invierno: criatura toda de música, de la música de aquí y de la música de allá, atravesada como un lirio sobre la corriente del límite, crucificada largamente, largamente, sobre el filo mismo del límite: del aire, frágil niña, del aire y de estas ramas, la sonrisa sin herida, y la voz sin penumbra rota ahogada al fin, al fin?
Ah, esta tarde encendida...
Ah, esta tarde encendida, amigos, esta tarde,
de un oro vegetal iluminada toda
y toda penetrada de la gracia celeste
qué dulce, ah, qué dulce! entre el follaje frágil:
lluvia pálida o fluido casi primaveral
con una muy secreta y fragante nostalgia
de alma. Luz celeste y sensible mirando
entre la irradiación de la muerte suntuosa.
...Fue en Abril, sí, en Abril, en los primeros días
en que empieza a reinar un orden aún tierno
en las cosas. Venía distraído. De pronto
al volver de una esquina suburbana aquel árbol
me sorprendió con una presencia tan perfecta,
tan acabada, que, en un milagro hube
de creer. Parecía destacado con un
equilibrio, un ritmo, del todo musical,
en la plenitud grave y frágil de sus formas.
Y todo al punto se ordenó en torno de él
en una paz que hubiera madurado el sensible
pensamiento latente ya del mediodía.
Ah, los crepúsculos de allá...
Ah, los crepúsculos de allá. Iguales a los de acá.
La misma tristeza primaveral, límpida.
Y los grillos, los grillos...
Y la brisa, casi el viento,
con la misma melancolía, de qué agua invasora?
en las islas de los follajes.
Ah, mis amigos, habláis de rimas...
Ah, mis amigos, habláis de rimas y habláis finamente de los crecimientos libres... en la seda fantástica os dan las hadas de los leños con sus suplicios de tísicas sobresaltadas de alas... Pero habéis pensado que el otro cuerpo de la poesía está también allá, en el Junio de crecida, desnudo casi bajo las agujas del cielo? Qué haríais vosotros, decid, sin ese cuerpo del que el vuestro, si frágil y si herido, vive desde la división, despedido del espíritu, él, que sostiene oscuramente sus juegos con el pan que él amasa y que debe recibir a veces en un insulto de piedra? Habéis pensado, mis amigos, que es una red de sangre la que os salva del vacío, en el tejido de todos los días, bajo los metales del aire, de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio, a no ser una escritura de vidrio? Oh, yo sé que buscáis desde el principio el secreto de la tierra, y que os arrojáis al fuego, muchas veces, para encontrar el secreto Y sé que a veces halláis la melodía más difícil que duerme en aquellos que mueren de silencio, corridos por el padre río, ahora, hacia las tiendas del viento Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la poesía igual que en un capullo... No olvidéis que la poesía, si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva, es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor
Al Paraná
Yo no sé nada de ti... Yo no sé nada de los dioses o del dios de que naciste ni de los anhelos que repitieras antes, aún de los Añax y los Tupac hasta la misma azucena de la armonía nevándote, otoñalmente, la despedida a la arenilla... No sé nada.. . ni siquiera del punto en que, por otro lado, caerías del vértigo de la piedra bajo los rayos... No sé nada... O sé, apenas, que el guaraní te asimiló al mar de su maravilla... y que ese puma de tu piel que te devuelve, intermitentemente, el día lo tomas en un rodeo, no?, de tu destino. . . No sé nada.. . Aunque me he oscurecido, en ocasiones, al sentirte, arriba, entre un miedo de basalto, buscándote, buscándote sin el ángel del sabiá, aún. . . Y me he recobrado, luego, contigo, en la Anaconda que decían.. . y hasta cuando denunciabas sobre ti a los máuseres de las Compañías... No sé nada. .. Aunque te conocí, ha mucho, allá, donde mi río es de tu eternidad de Palmas... y por el salmón o por el rosa de Ibicuy y por las lunas de Zárate y por la línea de tu agonía en el estuario, finalmente, del alba... Mas éste sería tu sentimiento, y éste, acaso, el misterio que pareces bajar desde los mismos torbellinos del círculo? No sé nada de ti. . . nada de ti. . . Es, acaso, decirte enteramente, decir tus avenidas, sólo, al fin, de silencios sin orillas, que podrían ser, es verdad, derivaciones de gracia corriendo a redimir oh Canals, la palidez del Norte? Es, por ventura, presente, siquiera, el acceder únicamente a las escamas de tus minutos, bajo lo invisible, aún, que pasa o a las miradas de tus láminas o de tus abismos, en los vacíos o en las profundidades de la luz, de tu luz? Y se podría hablar de ti, intimando, aún por años, con las figuraciones que reviste, diríase, aquí y allá, la corriente de tu ser? Oh no... no se podría, me parece, tocarte todavía así Cómo, entonces, cómo, asumir tu duración sin probabilidad de disminuir tu tiempo, tal vez, de dios? Y en el tiempo de un dios, qué de los que vinieron a apagar las hogueras que te amanecían...? y qué de los monosílabos que presumiblemente respondían a las gamas de tus espesuras de flautas y que se desconocían entre sí, al llegar a interponerles; tú, las seis o siete leguas que entonces te abrían...? Y qué de los dueños que arriaban, de arriba, todo un río de mugidos hacia los potreros que fluían, aquí, y que sólo detenía tu hermano con esa vena del naciente o ese azul del surtidor de las avecillas...? Y qué de aquél de la Rinconada enfrentándolos, el único, más adelante que el siglo y junto a la aorta del país? Y qué del otro que te cruzara por tres veces para salvar a Mayo de los cuernos de la derecha y de los cuernos del sur ? Qué, pues, todo ello y lo demás, si tú no sabes y no podrías saber, por otra parte, de las milicias de la ceniza, ni de una sociedad de sílabas ni de una codicia de millas... ni menos de los intercesores de los últimos, como tampoco de la caballería que se atreviera a rescatar el sol... de las neblinas, para el interior al exterior no?, por ahí: del azar o del olvido: qué ? Maya, entonces, asimismo, para ti... Maya las llamas y el vocabulario que se entendía Maya la cuaresma sobre las lenguas de tus orillas... Maya el despojo y la lujuria de praderías y la vista en alto, y la orden de las cañas, triplemente vadeándote, por los derechos del día...? Maya, con más motivo, esos celestes de tus pupilas, o de concentración, en que, místicamente, desaparecerías, o poco menos, con tu tarde, sí en la palidez del uno, allá, a no ser unas pestañas empequeñeciéndose en un cielo o en un infinito de islas...? Y Maya, así, esa, si se quiere, sensibilización de la ausencia, ésa en que tú libras o recreas, con unos signos que huyen, el rostro mismo, diríase, del éter...? Pero no sé nada de ti. Nada. Nada. Y hace, sin embargo, diecinueve setiembres que te miro y te miro. Mas, es cierto, te miro con los ojos de aquél a cuyo borde abrí los míos No podría hacerlo sino así. He de llevarlo, bien íntimamente, y a la izquierda, claro, del latido, y es él, sin duda, el que me haría preferir tu enajenamiento en el cielo a esa piel que hubiste, muy significativamente, de investir por ahí... y que asorda los momentos en que debes de sentirte más leoninamente contigo... Pero por veces, es verdad, sin una pluma que lo explique desde el secreto, aún, del aire, flotas por el atardecer no se sabe qué alma que suspendiese como el fluido de una inmanencia de cisne... Mas ve, ve: sigo mirándote, mirándote, con las niñas del origen Y todavía de aquí, de aquí, en que por ceñir, o poco menos, a la ciudad a la que hubiste, sacramentalmente, de alzar una debilidad más que de padrino, no podrías, no naturalmente, reprimir... Y es así que aun en la tempestad que te estira hasta el confín, diríase, en una unidad de siena que quemase el caos... el caos... pareces desplegarte lo mismo que una cinta para ella detrás de los vidrios y sobre la barranca que le cincelaran todavía Pero perdóname que insista e insista: no sé nada de ti. Nada, en realidad, de ti. Y no podré decirte jamás... No es una madera sino un metal, o los metales, mejor, o más de acuerdo, aún, las ráfagas de unas tuberías, o las ondas de unos hechiceros, lo que requeriría eso que recelas bajo lo femenino que te prestan las veleidades de las horas en complicidad con las estaciones y con tu infidelidad misma al que nombras y con la visión de un mediterráneo que vela el idilio, ay, de unos sauces en ojiva sobre el sueño de unas muselinas que espectralmente despabila el después, sólo, del cachilito, plegándolas en seguida, y envejeciéndolas al punto, en un final de escalofríos que marchita hasta las cejas, hasta las cejas, ahí, del anochecer... No sé nada de ti... Y no podré decirte nunca, probablemente. .. nunca Pero deja que, al menos, te despida unos pétalos de ese ángelus de mis gramillas que desciende casi hasta el agua cuando ésta pierde sus ojeras y da en hilar, fúnebremente, con la primicia que deslíe el duelo de arriba, la raíz de la lágrima... No sé nada de ti Nada
Alma, sobre la linde...
Alma, sobre la linde de ese aparecido de amarillo en una acequia de limbo, alma, por qué tiritas, si la melancolía, no lo ves?, pasa a su cielo, allá, casi en seguida encima del platino que pareciera el en sí del río. y encima del infinito que se redime, agónicamente, de las islas?...: don de amor, por qué no?, ella, don de amor que se revela, es cierto, luego de cernirse por un imposible de hojillas y un imposible de nomeolvides, pero que no puede menos de estirarse y estirarse, arriba, en una iluminación de hilas que querrían curar la lividez, aún, de la frente del anochecer con una demora de rosa solamente, ay, solamente, todavía, para la veladura del fin... Es que Junio, en este momento, por ahí sube, sube de los juncos, y afila hasta el hielo las pestañas de la soledad contra las ánimas de la crecida, todas las ánimas que ni al unirse, paradojalmente, y ser la propia desesperación del aire yéndose por sus heridas, no han de tener otros ecos que ésos de sus letanías en una invocación como a sí mismas, se dirá, en la misma espiral que anhelaría tocar, ay, el sentimiento de Sirio. .. ello en la línea de ese juego que ha de repetir en la mirada del miedo o en la pupila, si quieres, del destino de esas lástimas, los guiños de la eternidad o las raicillas que hundirán los años-luz, en la quimera, también, de la piedad de un abismo, cuando los narcisos del origen, tal vez, con sus vigilias de milenios, y mares de silencio entre sí, desaparecieran, en qué antes?, bajo los remolinos de las tinieblas, en las avenidas del éter... o volviesen a su llamamiento del principio por los países de Alicia hacia el amor de una nube Pero qué podrías hacer desde aquí, o desde tras de los visillos qué podrías hacer, siquiera, por esos prójimos de silencio que en este momento han de atar a su cubil para una vela sin vela entre una vela de estertores y de chasquidos por ceñirles, serpentinamente, las pajas? Qué podrías hacer, di? Podrías, acaso, desenredar ese silencio a los fines de la voz que enfrentará a las diademas del sur, sí, del mismo sur? Mas mi privación del presente no me induce, no, a olvidar la privación que fantasmea, me permitiríais, que fantasmea las lamentaciones, o que fantasmea, mejor, lo que el pajonal ha de decir al aguzar una brisa... Pero quién declararía, quién, que los mismos suspiros que atraviesan unas muselinas y se niegan, en realidad, de alguna manera, los suspiros al unirse y presionar, aunque misteriosamente, sobre las ligaduras del atardecer o la mudez de los anegadizos no pudieran ayudarles, así, a liberar su metal, para cuando, a su vez, deban ellas inundar las constelaciones de las vías o del propio frío, con el coro de las cuentas? Sí, pero mientras, cuántos, cuántos, sin alcanzar una ramilla sobre la espuma y los nudos... los nudos... Quién sabe... las callosidades hoy día se habitúan, ligerísimamente, a calzar las siete leguas Y hacia ellos, después, la invasión de lo que ahora sólo ha de dar contra su llanto en el rebote del llanto? Si continuasen, desde luego, cerrando la familia a las compañías del viaje que deben de esperar, a cada diluvio, desde lo espectral o lo invisible, y bajo las lunas, aún, lo que en el Arca ha de venir alguna vez, no?: las cepas de ese linaje que irá salvando de su noche a las sensitivas del agua, en el camino de la mirada que no temblará, no, en la relación, ni en la participación, fuera de los niveles y de la tristeza, tal vez... o en el camino del reencuentro, a través del azul, con el presente, quizás, de las criaturas de las profundidades... y en esa caña, consecuentemente, sin divisiones, del sufí, el hálito, nuevamente, uno, uno, con la melodía...
Colinas, colinas...
Colinas, colinas, bajo este Octubre ácido... Colinas, colinas, descomponiendo o reiterando matices aún fríos. O no pudiendo decir plenamente el oro y el celeste, fluidos, de los cultivos. Nos dueles, oh paisaje que no puedes cantar en la tarde agria e indecisa, lleno de escalofríos bajo las nubes tenaces e inquietas todavía de tu sueño y estás solo, solo, solo, con la angustia y el desamparo de tus criaturas. Pero aun si cantaras el canto no se oiría casi. Oiríamos sólo el ruido de los carros largos con su carga de desesperación. Oiríamos sólo el silencio de los niños y de las mujeres junto a los ranchos transparentes. Veríamos sólo la figura deshecha con la bolsa al hombro sobre la cima de la loma. Veríamos sólo esos arrabales de las Estaciones, oh campos de Entre Ríos con aún países absolutos de injusticia, oh campos de Entre Ríos hechos para la dicha de los que os evocaron esa aurora florecida que aún no canta y que es extraña al día. Otro será el paisaje mañana en las mismas líneas puras. Cantará con un múltiple canto entre las casas próximas con mesas, ah, seguras y con libros y músicas. Como de la noche de su alma del sueño de los campos el hombre extraerá toda la maravilla. No más dividido, no, con el hermano ni consigo mismo ni con la tierra, el hombre. Uno consigo mismo y con el mundo para crearse sin fin en la gracia más alta de la criatura, y sonreír al rostro cejante de la sombra.
Deja las letras ...
Deja las letras y deja la ciudad...
Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...
Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul...
Yo quiero ser, amigo,
uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal…
o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume…
No estás tú también
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?
Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla
en celeste de agua...
Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...
Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
Viste alguna vez la melodía de los brillos?
La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca
con unos silencios amatistas...
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor…
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia sí
a las abejas todas del día
y de volver de margaritas a la melancolía más flotante…
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hálito de alas?
O es sólo la cortesía más misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiración de un dios?
Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas:
qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...
Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...
Y ah, a las más sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas...
Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol,
increiblemente miniado de sol en primores casi íntimos
pero que extenúan a la brisa...
Y a las verbenillas, por cierto, de aquí:
oh, la más dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todavía…
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá,
delante no se sabe qué sacramento etéreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...
Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales
con su “pasión” de cielo sobre el susurro trepador:
rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..
Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso
que van estrellando, se diría, todos los minutos
con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro?
Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita. ..
Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin
de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos,
dando no sé qué números de no sé qué otra noche
o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo…
Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño,
se deshace dulcemente?
O qué llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas…
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu?
Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que viviría de su sombra...
Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses?
Aquí, lo que llamamos “horror”, o lo que llamamos
“amenaza”,
sonriendo desde la semilla, se diría,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...
Pero aquí también enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ángel...
Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura...
Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes?
Allí y aquí, a la vez, la condena “de la rueda”,
desde las madres del río y desde las madres de las zanjas...
Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?
Hay que perder a veces “la ciudad” y hay que perder a veces
“las letras”
para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras
en las relaciones de los orígenes...
O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasía que serán...
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente anónimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfección
en la armonía que la excede...
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su música,
lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento…
ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. ..
Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas,
con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recién nacido, con unos signos por hallar
y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma...
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín,
virgen profunda ésta toda aún de cabellos?
Dulce es estar tendido...
Dulce es estar tendido fundido en el espíritu del cielo a través de la ventana abierta sobre los soplos oscuros... Dulce, dulce... El pensamiento amarillo de allá es nuestro mismo silencio casi póstumo libre sobre los abismos... Dulce, dulce haber en alguna manera muerto hasta el primer jazmín de arriba que titila de súbito en la misma brisa del poema que leemos... Dulce, dulce... ¿Pero has olvidado, alma, has olvidado? Dulce, dulce, bajo el vértigo de las enredaderas celestes estar solo con Keats, bajo Keats, mejor bajo otra liana eterna... Oh melancolía, oh melancolía que se enciende como un jardín sobre la terraza que flota en una luz pequeña ¿En qué urnas etéreas, alma, olvidaste tu tiempo y tu piedad? Bajo la breve dicha algo en el aire: las ramas de la angustia, alma, que llaman... Una angustia que quiere dejar de ser en todas partes, en todos, en todos los grados de la soledad... desde la piedra, acaso, alma, hasta el ángel que se contrae herido La vida quiere unirse, alma, de nuevo, por encima de los suplicios ¿No oyes los gritos profundos del edén que quiere ser con la lucecita desvelada, sí pero tierna, sin el fruto de la muerte y libre al fin de sí misma? Alma, dulce es el sueño, pero no se roba ahora, ahora, a la memoria del amor? Ay, el amor, ahora, con los ojos abiertos sobre el infierno, sin poder alzarlos, serenos, hacia el cielo de todos, o bajarlos, serenos, hacia su cielo íntimo para más puramente devolver
El Aguariba y florecido
Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
En la sombra exhalada—¿de qué su dulce hálito?—
los vestidos ligeros, muy ligeros, con pintas.
Arde de abejas el aguaribay, arde.
Ríen los ojos, los labios, hacia las islas azules
a través de la cortina
de los racimos
pálidos.
Ríen los ojos, los labios. ¿Veis las muchachas o es
la tenue sombra ebria
y bordoneada
que se alucina de muselinas claras
y de otras flores vivas—extrañas flores vivas—
riendo, riendo, riendo hacia las islas?
Muchachas de ojos de flores y de labios de flores.
Arde de abejas el aguaribay, arde.
El manzano florecido
Y lo creíamos muerto, abatido por la tormenta. Oh, la herida profunda que separaba casi el tronco, y el tejido de las ramas, sobre el suelo. en un anhelo, al parecer, seco. Bajo el balconcito, en el sitio hondo, su melancolía ida, breve reposo sólo de algunas tacuaritas, o encanto oscuro de algún escalofrío súbito de mariposas amarillas... En otro mundo, se hubiera dicho, ya cuál es, niños, el cielo bajo de los árboles?, su indiferencia era gentil para el ramillete de tártago que quería subir bien a su lado y entre su urdimbre. ¿Qué vida, bajo sus brazos, dulce, se humedecía que había allí caminitos afanosos y hierbas para ahuecar, discretas, el sueño de los gatos? Y él había sido, para la ventana alta, la nieve de la primavera en las primeras locuras del azul entre sus dibujos ligeros sobre la ilusión reciente, verde, tenue, del confín de las islas: ¿líneas de Hokusay o imágenes de Tchou chou-Tchenn en el aire ebrio de las diez? Y él tendiera sombras de encaje y diera las palideces nilo y los fuegos del amanecer en las formas mismas de la delicia, puras, y él fuera luego, sin dueño, con esa delicia, más que el agua de la canilla de al lado para la sed alada o pobre Y algunos chicos después, sobre su gracia ya caída, ay, equilibran sus juegos de la siesta o de la media tarde... Pero vino Septiembre y una mañana apareció así lo mismo que una novia, y abría los ojos pálidos, de seda, sobre el sueño lastimado... Oh, la invencible luz de la vida que ascendía de la noche herida en copos que eran tímidas miradas hacia arriba, sí, tímidas. .. No podía, no, mirar de un poco más allá como antes, el río sensible y las lejanías sensibles entre los hálitos celestes, pero el paraíso grande, ahora más cerca, inclinaba sobre él en todos los momentos del silencio un leve amor morado... Oh, este amor cuando la sombra dormida se había mullido más y las flores se hacían más blancas, abajo, como preguntas hacia el amor, y no eran ya la luz fiel a la ritual cita de arriba sino una humilde fe, algo sorprendida aún, de comulgantes mientras él, todo él, también, en una presencia que dolía casi, era la voluntad feliz, desde el lecho mismo del martirio, de seguir dándose, dándose, a los labios desconocidos del tiempo
El pueblo bajo las nubes
Duerme el pueblo. ¿Es ello cierto bajo esta luz
casi nevada de un jardín algodonoso
que flota, se abre, y ciérrase sobre las calles solas
en una fantasía toda infantil de pura?
Yo sé, oh, que las cosas, sólo las cosas, sólo
se iluminan en esta irradiación alada
y cándida—Grandes cisnes efímeros
sobre un sueño de cal y de follajes?
Ella
Ella anuda hilos entre los hombres y lleva de aquí para allá la mariposa profunda ala del paisaje y del alma de un país, con su polen Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su perfume a su pesar, muchas veces, como bajo un destino. Testimonio involuntario, ella, de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas, en que la circunstancia da su hálito. .. Pero se dirige siempre a un testigo invisible, jugando naturalmente con la tierra y el ángel, el infinito a su lado y el presente en el confín... Mas es el don absoluto, y la ternura, ella que es también el término supremo y la última esencia con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones y los latidos para el encuentro en los abismos... Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación, el traspaso del ser, como se da una flor, en el nivel de los niños, más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma Y no busca nunca, no, ella espera, espera toda desnuda, con la lámpara en la mano, en el centro mismo de la noche...
Ella…
Ella estaba enamorada de sí misma…
Oh, los espejos...
Oh, la embriaguez de plata
de ella
en el aire de los zarcillos…
Luego fue de los velos…
Las nubes del otoño
sólo,
sólo, ay, para una novia...
Los velos...
Y fue más tarde de las hojas...
pero de las hojas como joyas
del viento...
Las hojas...
Y con el tiempo fue del río…
mas lo mismo que un ala,
a veces invisible,
sí....
o una ramilla, al ras, midiendo
la danza...
Un ala y una ramilla
únicamente… ay,
del río…
El río…
Después, después, las cosas
con su perfume
séptimo…
Y ella, las cosas mismas
buscándose,
para la comunión?,
para la adoración?
Y ella, las almas mismas
también,
buscándose las manos
en los laberintos,
tras de todas las rejas,
a través de todos los órdenes.. .
a través de todos
los mundos...
Las cosas y las almas...
Y al fin, ay, al fin.. .
el grito hacia el mar
o la noche...
El grito de la niña,
o de algo
que ya no se veía,
sobre el último
hilo…
En la ribera, es cierto,
sólo un hilo
llamando?
La pregunta a las estrellas
perdida, es cierto,
en el jamás?
Pero por qué, por qué,
a la vez,
menos que una vibración,
menos,
ella,
en la corriente de las profundidades
hacia la edad
verde…
sube, sube de repente, sube...
sin nombre,
desde todas las presiones?
Y por qué, por qué,
de repente en la luz,
quemada por un ángel,
por qué
sale de la luz, ella, corriendo...
corriendo
a los caminos de la sed,
con el vaso de agua en las manos
y descalza,
por qué?...
Ella iba de pana azul...
Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella. La mañana pesaba ya dulcemente. ¿De qué color la sombrilla contra el amor de Octubre? Entre las manzanillas ella iba. Entre la nieve ardiente ella iba. ¿En qué ligerísima penumbra sus labios florecían? (Oh, sin la penumbra, toda la abeja del aire, toda, sobre sus labios...) Entre las manzanillas ella iba. La voz, la voz de niña, algo indecisa aún, con pudor, con cierto pudor, de los pétalos ebrios Esa edad de Jacinto, ay, y ese aire Entre las manzanillas ella iba toda de pana azul, de un azul más grave que el del Domingo, azul, porque ya era el destino de ojos a veces bajos o turbados.. mi destino. Mi destino... Y yo a su lado, qué? Ella iba de pana azul entre las manzanillas. Ella.
En las gargantas del Yan-Tsé
Qué oyó Tou-Fou, qué oyó en estos silencios que no dejan de subir y a la vez de caer, fluidos de iris, así, a pesar de su espanto sin tiempo? Sintió, solamente, como Li-Tai-Pe, que se prendían unos gritos por ahí? Y el vértigo de la piedra, y el vórtice de la angustia que no admite, de improviso, ni siquiera su agonía, de paja, aleteando, invisiblemente, casi, en un junco... que no admite ni eso para perderse, para perderse, en seguida, en un sin límite de congoja. . . o de niebla?
Es Otoño, muchachos...
Es Otoño, muchachos. Salid a caminar.
Otoño en su momento inicial, más hermoso.
No os engañará este azul casi alegre?
¿Alegre?
¿La profundidad tiene alguna vez alegría?
¿No os engañará este verde joyante por momentos?
¿O esta invitación alada de la tarde?
No, una honda presencia deshace las azules sombras
y apaga la alegría del campo
—un luminoso, puro sueño que tiembla.
¿Cómo, y la tarde no se corona de flores
como de un fuego quieto de ángeles guardianes?
Ya está el viento, muchachos, el viento del otoño, del otoño,
violento o suave casi como un suspiro,
una enfermiza alma
de qué oscuros reinos?
que revela en las cosas
un herido pensamiento
de sorprendidas criaturas.
El viento,
niño fúnebre que juega con las últimas ilusiones del cielo
hasta darle una aguda limpieza de extraña agua final.
El viento, muchachos, el viento infinito.
Entre diamante y Paraná
Un cielo de prelluvia demora y demora un estupor de grises y de azules... de azules, es cierto en inminencia aún de decidirse... lo demoraría hasta esa penumbra en que habrá de desleír su silencio, al fin, apenas, éste, apenas, muy apenas, caído o negado en una poco menos que adivinación de arpas, o de brillos a soñar pero que flotarían en hilados, quizás, con intermitencias, por ahí, en una casi ceguera, entonces, por encima del tecleo que habrá de cristalear, por su parte, se diría en abismamiento a los lados de las banquinas?: las ramitas deberán por él, consecuentemente, de seguir digitando su llamamiento, o qué?, de junto o en medio de un misterio de marismas sobre una nada de vidrios? Pero el camino se enciende, ahora, en la irradiación de una agonía que fija altísimamente una nube o un cisne más bien, de gloria, o mejor, una suerte de capullo del cual no se sabría si se despide o si en un fluido de oro y rosa, transcielamente, ya replica el amanecer de sus suspiros... Y son allá y más allá unos pasajes, no?, de trigo en subida o en vaporización o espectralmente en fuga entre las cintas de un verde por anochecer y todos en la misma melodía que despliegan y despliegan lateralmente los minutos que armonizándose en otra línea, hacia arriba, llegan a extasiarse en una como transfiguración de rayos de jardín o de recuerdos, en un haz, de visos Mas he aquí que uno de éstos se extravía al abatirse y da en descubrir lo que quedaba a un lado del asfalto, en un equívoco de denuncia, al exaltarlo precisamente así: lo que quedaba de un perrito que alguien, quién?, separase de la madre y de los otros de la cría: consignados, me dijeran, sobre una bolsa, en un declive a la margen de la ruta y contra un grupo de arbolillos : consignados en la prisa, entonces, del desasimiento y del endoso, que se sigue, del fastidio.. consignados a lo fortuito de una piedad que, por su parte, en el vacío que la aspira sólo puede, a lo sumo, ir delante de sí y oír únicamente el zumbido de un tiempo que quisiera apurar hasta el límite y ello siempre que no lo asimile éste, y a lo largo, ensordecedoramente, del día Y entonces, me parece que la puérpera hubo de preguntar en medio de hipos a ese desconocido que le alzara su hijo a un destino al que sólo le fuera dado lamer casi en seguida entre acaso fintas que le impusiera el tráfico, ciertamente, ay, obstruido por ellos allí desgarradas aquéllas de su parte por gritos ante el horror que aún quizás se le infligiera de que ella debería lacrar con su vida eso a cuyo misterio no pudiese sino despertar más los latidos y tenderlos no solamente por todo el curso, diríase, de la luz, pero asimismo por el de la propia sombra con el juego entre sí de la fascinación de los faros hasta la corrida de la vigilia por desprender la última a tiempo que la vela asimismo de las luciérnagas fosforecía el fin de los escalofríos sobre el propio, en correspondencia, de las briznas... Y fuera en ese momento cuando probablemente más habrá sentido la ausencia de aquel, de cualquier modo, calorcillo que les asignaran por ahí la dispensa de lo que, ciertamente, significase un abuso de familia pues el descendimiento para asistirlos de ese cielo que llegaba por momentos aun a adherírseles, no llegaba, a fuer de animitas que era, a tocar justamente, el lado de su frío, ese que le hiciera desesperar en la ocasión, más si cupiese, los aullidos en la necesidad de oír allende los vanos que abrieran, fugitivamente, los ruidos del amanecer de la vía un posible de respuesta, a pesar de los pesares, de alguna viejecita o de algún linyera, desprendidos de su pesadilla, pero sin duda ellos, con oídos, a los que siempre, siempre, no se sabe, no, qué nadie, tras la reverberación misma, les vuelve solamente, ay, solamente, a los gemidos...: ellos así los únicos, o casi, conforme a la experiencia que de por ahí tuvieran los fieles de las otras jerarquías del Olimpo... capaces de cortar a tiempo el lazo de lo definitivo por correrse sobre unos hálitos...: ellos así como ángeles en trapos en esa lividez que profundiza todos los precipicios en que el alba va cediendo, ya, a los pies de los forzados de la intemperie cuando sin saber cómo no son éstos aspirados, de improviso, entre los espartillos...: ellos así para escuchar o adivinar bajo o entre la circulación, todavía, del ruido los silencios que tiritan desde el extremo, se dijera, ya, del hilo...: ellos los aparecidos, literalmente, de este lado, para hacer que aún no pasen al otro de su limbo sus hermanos de aquí si para ello bastara algo de lo recogido de las bolsas de la noche de bajo las aceras cuando en la amanecida del volcadero, bajo un verde de volidos ya, o en medio de un crema ya también de ensortijados en hilitos y entre el óseo de los otros digitales, asimismo urgando, pero todos nivelados, madrugadoramente, allí, por las urgencias de la bulimia...: aparecidos además, en esa eternidad de un segundo de la ausencia bajo el filo del juicio a los olvidados, por ellos asumido...: o aparecidos de qué providencia, sencillamente, aunque en equilibrio acaso también para asistir en su desliz a los anónimos de siempre o que parecieran elegidos de las caídas... Pero elegidos ellos, a la vez, por qué no?, para que el alba se redima y así que la luz de la leche siquiera en algún sitio sensibilice en ese azulamiento de la fuga hacia lo alto que habré luego de cernir el desdén, casi, del espíritu... sensibilice o vaya sensibilizando lo que a éste, al fin, justificaría por los desheredados, paradójicamente, de sus títulos entre los grumos de su nadir inclinándose para lavarle a través de las figuras de su piedad, con el rocío que, llorase, desde sus estrellas, ella misma para lavarle lo que, después de todo, fueran por allí humanamente, sus pies... Aunque ello, es cierto, en las antípodas, y más que espacialmente, del continuo que allá vuelve las arcillas y las lianas y los aires de un revés de apocalipsis en los estallidos de una de arañas de teratología o gigantismo y la llovizna de los desfoliantes de amarillo, sólo, a no dudar, para amarillos y las flechitas con aletas para demorar por tres lunas el cruce a la otra orilla, y un lo inasible de salientes por la noche ya de los tejidos y todavía los globos en deshojamiento de esquirlas ajenas al metal pero en familiaridad, sin embargo, con el secreto de los gritos. .: todas las técnicas, en fin, de la desintegración y de la perennidad de la agonía para reducir a los condenados a un infierno de tres décadas, ya, y por estar, al último, en el círculo de la estrategia de la ceniza que hundiría para siempre, después, en cavidades de cosmogonía, a lo demás del continente con la única culpa de haber ensayado recuperar, colectivamente, y aun abrir las líneas del yan y del yin... Y más, hacia el Este cercano de la civilización, las mujeres y los niños, reos de discurrir, desde luego, sin saberlo, sobre el oro de las profundidades, cuyo viento necesita aquélla ilustrar e invertir en las llamas de la purificación para el dominio: reos, pues en el suplicio de los pronunciamientos de fósforo cayendo de unas alas en la apertura de unas villas Y en otro nivel, la civilización que se inflige, en el mejor de los casos, por el señuelo de unos bienes a cortar el circuito de una sabiduría que florece a su hora, bien que en lo invisible, que debe, quizás, a unas corrientes que presionan silenciosamente, desde siglos... Y eso cuando ella no revierte contra la propia cetrería las artes de sus neblíes pero superándolas, progresivamente, hacia la caza de los miedos, o de los monstruos de por encima de por dentro y de por bajo si en los infinitos que acechan asimismo... Y, ah, por añadidura, de este lado, en la Amerindia, igual descendimiento de los súper, para horror de la floresta, a ras de los que pisan o poco menos, ignorándolo también, unas minas del combustible. Y ello por entre los claros que tapa a continuación, de improviso, una fatalidad de aluminio que todavía acosa, si cabe, de más bajo, a las familias, hasta la ilusión de las barquillas, pues entonces aquélla habiendo encontrado una manera de vacío sobre el afluente en fiebre al blanco, por minutos del mediodía le adelanta un crepúsculo, en dehiscencia, de cobrizos Y es más arriba el suicidio en comunidad de las tribus ante el solo trueno que anuncia el genocidio... Y es ahora mismo el expatriamiento, en inminencia, de las dríadas del origen a la aventura de una orilla del mar de energía o de la presa a alimentar o a sangrar, de verdad, bajo la desnudez de algunos ríos por los fantasmas, acaso, ya, del fin de NandurúArandú... Hay, pues, Stefan George, algún momento, en realidad, que dé todo de sí cuando al curvar, jardinadamente, un recuerdo de círculo, deja caer un eco, diríamos, de uno de sus pétalos sobre la propia palidez también en ida de la ruta y enciende como un casi imposible de memoria más que abre unas líneas que nos toca seguir vueltos, súbitamente, a pesar nuestro, del olvido del Estigia, y con todo que a aquél, en nuestro caso, le hubiésemos, naturalmente, de abrir hacia los espacios, por qué no?, del devenir o de su devenir con el concurso de hadas y silfos a través de la penumbra y a través aun de la misma sombra: ellos, entonces, en instrumentistas de lo invisible? aunque aunque es cierto que las ondas que ahora no inmunizarían despliegan, concéntricamente, a la vez, la amanecida en una rosa aun de cinc que toca, en verdad, muy apenas las orillas, pero en la presión, ya, no puede negarse, desde el fondo del río, de una piedad que se decide a amartillar el propio corazón de los siglos...
Fui al río...
Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Regresaba
—¿Era yo el que regresaba?—
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!
Grillo en marzo
Oh, solo de Marzo, qué nos quieres decir, así, tan persistentemente, así por encima: del nadie que palidece o desde allí donde se hacina, apenumbrándose, y parece tener frío, él, a pesar de eso, frío, frío, ya, frío? Qué? acaso que la flauta ha de asumir, crepuscularmente, el aire que, sin aviso, no?, enajena a la eternidad el silencio... o que la propia caña, por otra parte, se debe a la vigilia o al peligro de un hilo por quemarse sobre las huellas mismas de un ángel? Qué? : que la hebra de los llamados, desde los milenios, continúa sin recogerse jamás, jamás, frente a los precipicios y que si a veces no se oyen, no dejan, por eso, nunca, nunca, de tocar los oídos que los esperan sobre la noche...? Qué? que la gota, siempre, tiene el tiempo consigo para hacer que crezcan raíces sobre el éter, y ramas, ramas, debajo del abismo.. y todavía para abrir las alas de la piedra... o que, multiplicándose hasta la avenida sigue ella conservando últimamente la palabra sobre las siete murallas o la muralla que amasan y cimentan, y aún, escalan, los huesos de los siglos con cadenas, ay todavía? Qué? que algo igual a una sonrisa atraviesa los límites y es, quizás, una florecilla que sobrevive, por el anochecer, a su tallo... y sigue flotando, flotando más allá de la llama y más allá de la ceniza, desde el centro, tal vez, de la cinta, y del otro lado del miedo y del terror mismo, porque sería, ahora, una con la serenidad y la ligereza y la alegría, en la línea que no ondea ya?